Habré tenido once años cuando rompiendo con una tradición de zapatillas Flecha y Pampero, mis padres me regalaron las primeras Adidas. Fue uno de esos momentos inolvidables de mi infancia, habida cuenta que el costo de ese calzado deportivo por ese entonces era una "millonada". Las recuerdo hasta el día de hoy; eran blancas con tres tiras rojas refulgentes. El modelo además estaba bautizado: se llamaban Adidas Viena y se diferenciaban de las blancas con tiras azules que se denominaban simplemente Rom. El aroma de esas zapatillas, de auténtico cuero vaca flor, era encantador. No se cuánto tiempo las habré usado, tal vez un año y medio o dos; hasta que un inoportuno orificio a la altura de mi juanete izquierdo, sumado a una mugre anquilosada en su superficie motivaron la jubilación de ese glorioso par de "zapas".
Con el tiempo vinieron otros pares de Adidas; todas blancas o todas negras, las Adidas Wimbledon (con un diseño de tiras rojas y azules sobre fondo blanco), también unas terribles faroleras azules con tiras rojas que me acompañaron en mi campaña handbolera. Algunas veces le fui infiel a mi marca: alguna Reebok, varias Topper, una amadas Puma blancas con tira negra pero nunca, nunca unas Nike (cuestión de lealtades que le dicen).
Hoy, cuarenta años después de aquel regalo fundacional, volví a sentir por un instante esa incomparable sensación infantil al entrar a un negocio de Av. Triunvirato, preguntar por un par de modelos (obviamente, de Adidas) y mientras esperaba que buscasen en el depósito las zapatillas solicitadas, ver en un estante "ese" modelo de zapatillas blancas con tres tiras rojas. Inmediatamente llamé a la vendedora y le dije: suspendé todo y traeme esas en 44/45. Sí, ya lo sé, tal vez no sean exactamente iguales y quizás sean un poco más llamativas que las viejas y formales Viena de la década del 70. Pero no me importa; éstas no tienen nombre pero íntimamente serán rebautizadas como "las hijas de las Viena". Un sincero y justo homenaje para esas zapatillas que me hicieron saltar de felicidad hace nada más ni nada menos que cuarenta años.
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