UN HOMENAJE AL GRANDIOSO HUMORISTA ESPAÑOL MIGUEL GILA, PUBLICADO ORIGINALMENTE POR ENRIQUE JONTEF PARA LA REVISTA LLEGÁS.
Muchos años después, frente al
pelotón de fusilamiento el joven Miguel no podía recordar ninguna tarde remota
ni a un padre que lo llevara a conocer el hielo en Madrid. Simplemente porque cuando
Miguel nació, allá por marzo de 1919, su padre ya había fallecido dos meses
antes. Y ahí estaba, delante de una tropa falangista, obnubilada por el alcohol
y con las armas apuntando hacia su humanidad y la de algunos otros. Varios
cayeron por la balacera pero Miguel tuvo la infinita suerte de no ser alcanzado
por ningún proyectil ni que nadie se acercase a dar el tiro de gracia.
Miguel hasta allí había recorrido
un camino difícil: a lo ya dicho acerca de la niñez pobre y la ausencia de
padre, se agregaba el abandono de los estudios a los trece años, los diversos
oficios que tuvo que aprender; pintor de coches, mecánico de aviones, fresador.
Todo era mitigado por su pasión por el dibujo. El horror de la Guerra
Civil no hizo más que alimentar el
espíritu zumbón de Miguel Gila Cuesta, probablemente el cómico monologuista más
brillante de la historia española.
En el comienzo de la guerra,
Miguel ya era militante de las Juventudes Socialistas y se enroló en el Quinto
Regimiento comandado por Enrique Lister. Tiempo después sobrevino el episodio
del fusilamiento frustrado. Luego de la contienda estuvo prisionero en celdas
de Yeserías, Carabanchel y Torrijos. Fue por ese entonces que compartió
calabozo con el poeta Miguel Hernández, que pese a su maldita tuberculosis
disfrutaba de los dibujos y viñetas que Miguel pergeñaba. Su tour como recluso
finalizó con cuatro años prestando servicio militar forzoso.
Gila comenzó su relación con los
medios transmitiendo partidos de fútbol para Radio Zamora. Sin embargo el
gran cambio se produjo una noche de
1951, a partir de una actuación improvisada en el teatro Fontalba de Madrid.
Aquella noche se representaba una función de una obra exitosa. Aprovechó una
distracción y saltó desde el puesto del apuntador hacia el escenario. Quedó de
frente al público, que se mostró atónito ante su presencia. Allí estaba Gila, disfrazado
de soldado, con un fusil de mentira y preguntándole a la gente: ¿Esta es la
salida del metro de Goya?. Cuando alguien respondió que ese era el teatro
Fontalba, Gila, sin mayores preámbulos, empezó a contar por qué se encontraba allí.
Monologó sobre los avatares de un voluntario en una guerra. Le bastaron tan
sólo veinte minutos para cautivar a los espectadores y recibirse de estrella.
Si bien sus dibujos fueron
publicados en revistas como La Codorniz, Hermano Lobo y Exedra, su fuerte radicó
en aquellas desopilantes llamadas telefónicas, generalmente basadas en
episodios “bélicos”, en especial uno, decididamente memorable, que decía algo
así como: Está el enemigo?, que se ponga... Cuándo piensan atacar?...el lunes.
Y ¿a qué hora?...Anda, a las siete que estaremos todos acostaos...¡No podrían
atacar por la tarde?, después del fútbol?
Gila, con esa rara mezcla de
disparate e inocencia aunque no exenta de gracia inteligente y crítica, tomaba
su propia historia, su propia ideología y la transformaba en un humor
vengativo, un humor de los vencidos, en pleno auge del franquismo.
El mismo Ernest Hemingway lo
invitaba frecuentemente con varias copas de daiquiri en alguna mesa del Chicote
de Madrid, sólo para escuchar a Gila desarrollar sus fantásticos soliloquios.
Al atacar el militarismo, los
convencionalismos o el sentido común impuesto, se ganó enemistades varias,
generalmente ubicadas del lado del generalísimo. Fue censurado y encarcelado en
varias oportunidades. Y cuando se hartó de todo ese atosigamiento y de la Ley
de Prensa del franquista Manuel Fraga, a la que Gila calificó como “un escarnio
y una burla”, se autoexilió en Buenos Aires en 1968.
Varios sábados se pudo disfrutar
a Gila en la pantalla local, pero un día, la Junta Militar Argentina lo mandó
llamar. Querían que hiciese un programa de humor semanal (en la época del Proceso!!!); esto fue lo
que motivó a Gila a emprender la vuelta a su patria y seguir desparramando su
talento, ya afincado en Barcelona, donde murió en el 2001.
La página www.el-mundo.es/fotografia/2001/07/cultura/gila/
nos permite rescatar imágenes de un
maravilloso cómico, que, dotado de una camisa roja y un teléfono negro con
disco, utilizó “con malicia” la inocencia del lenguaje para transformar su arte
en un arma de ataque, ante quien correspondiese.
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