lunes, 13 de agosto de 2012

¿ESTÁ EL ENEMIGO?... QUE SE PONGA




UN HOMENAJE AL GRANDIOSO HUMORISTA ESPAÑOL MIGUEL GILA, PUBLICADO ORIGINALMENTE POR ENRIQUE JONTEF PARA LA REVISTA LLEGÁS.

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento el joven Miguel no podía recordar ninguna tarde remota ni a un padre que lo llevara a conocer el hielo en Madrid. Simplemente porque cuando Miguel nació, allá por marzo de 1919, su padre ya había fallecido dos meses antes. Y ahí estaba, delante de una tropa falangista, obnubilada por el alcohol y con las armas apuntando hacia su humanidad y la de algunos otros. Varios cayeron por la balacera pero Miguel tuvo la infinita suerte de no ser alcanzado por ningún proyectil ni que nadie se acercase a dar el tiro de gracia.
Miguel hasta allí había recorrido un camino difícil: a lo ya dicho acerca de la niñez pobre y la ausencia de padre, se agregaba el abandono de los estudios a los trece años, los diversos oficios que tuvo que aprender; pintor de coches, mecánico de aviones, fresador. Todo era mitigado por su pasión por el dibujo. El horror de la Guerra Civil  no hizo más que alimentar el espíritu zumbón de Miguel Gila Cuesta, probablemente el cómico monologuista más brillante de la historia española.
En el comienzo de la guerra, Miguel ya era militante de las Juventudes Socialistas y se enroló en el Quinto Regimiento comandado por Enrique Lister. Tiempo después sobrevino el episodio del fusilamiento frustrado. Luego de la contienda estuvo prisionero en celdas de Yeserías, Carabanchel y Torrijos. Fue por ese entonces que compartió calabozo con el poeta Miguel Hernández, que pese a su maldita tuberculosis disfrutaba de los dibujos y viñetas que Miguel pergeñaba. Su tour como recluso finalizó con cuatro años prestando servicio militar forzoso.
Gila comenzó su relación con los medios transmitiendo partidos de fútbol para Radio Zamora. Sin embargo el gran  cambio se produjo una noche de 1951, a partir de una actuación improvisada en el teatro Fontalba de Madrid. Aquella noche se representaba una función de una obra exitosa. Aprovechó una distracción y saltó desde el puesto del apuntador hacia el escenario. Quedó de frente al público, que se mostró atónito ante su presencia. Allí estaba Gila, disfrazado de soldado, con un fusil de mentira y preguntándole a la gente: ¿Esta es la salida del metro de Goya?. Cuando alguien respondió que ese era el teatro Fontalba, Gila, sin mayores preámbulos, empezó a contar por qué se encontraba allí. Monologó sobre los avatares de un voluntario en una guerra. Le bastaron tan sólo veinte minutos para cautivar a los espectadores y  recibirse de estrella.
Si bien sus dibujos fueron publicados en revistas como La Codorniz, Hermano Lobo y Exedra, su fuerte radicó en aquellas desopilantes llamadas telefónicas, generalmente basadas en episodios “bélicos”, en especial uno, decididamente memorable, que decía algo así como: Está el enemigo?, que se ponga... Cuándo piensan atacar?...el lunes. Y ¿a qué hora?...Anda, a las siete que estaremos todos acostaos...¡No podrían atacar por la tarde?, después del fútbol?
Gila, con esa rara mezcla de disparate e inocencia aunque no exenta de gracia inteligente y crítica, tomaba su propia historia, su propia ideología y la transformaba en un humor vengativo, un humor de los vencidos, en pleno auge del franquismo.
El mismo Ernest Hemingway lo invitaba frecuentemente con varias copas de daiquiri en alguna mesa del Chicote de Madrid, sólo para escuchar a Gila desarrollar sus fantásticos soliloquios.
Al atacar el militarismo, los convencionalismos o el sentido común impuesto, se ganó enemistades varias, generalmente ubicadas del lado del generalísimo. Fue censurado y encarcelado en varias oportunidades. Y cuando se hartó de todo ese atosigamiento y de la Ley de Prensa del franquista Manuel Fraga, a la que Gila calificó como “un escarnio y una burla”, se autoexilió en Buenos Aires en 1968.
Varios sábados se pudo disfrutar a Gila en la pantalla local, pero un día, la Junta Militar Argentina lo mandó llamar. Querían que hiciese un programa de humor semanal  (en la época del Proceso!!!); esto fue lo que motivó a Gila a emprender la vuelta a su patria y seguir desparramando su talento, ya afincado en Barcelona, donde murió en el 2001.
La página www.el-mundo.es/fotografia/2001/07/cultura/gila/ nos permite rescatar imágenes  de un maravilloso cómico, que, dotado de una camisa roja y un teléfono negro con disco, utilizó “con malicia” la inocencia del lenguaje para transformar su arte en un arma de ataque, ante quien correspondiese.

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