La señora Perla
caminaba por la avenida, agobiada por los dolores y el cansancio, cuando su
rostro surcado por arrugas quedó frente a un afiche. Se detuvo; observó la
figura de la mujer, su hombro derecho surcado por un bretel levemente caído, la
profusa cabellera rubia. Sin embargo lo único que a Perla le llamó la atención
fue la mirada, le resultaba familiar. Esa era la misma mirada que tenía
Clotilde, su compañera de colegio.
De Clotilde
Acosta no se conocen muchas cosas; se sabe que nació en Mar del Plata un día de
octubre (podría ser el tres o el nueve) de un año que podría ser 1940 ó 1941 (amen
de algunas crónicas periodísticas que arriesgan años más “tempranos”). Luego su
familia se mudó a Villa Devoto y la niña siguió el derrotero clásico de la
época: estudios, corte y confección y danzas.
Pronto empezaría
la mutación de Clotilde; se hizo bailarina y actriz de teatro; dejó de lado su
nombre y apellido rebautizándose Nacha Guevara. Los años sesenta venían
bastante convulsionados y ella no quiso quedarse fuera. El Instituto Di Tella
estaba en plena ebullición y Nacha enarboló la canción de protesta como bandera,
influenciada por la poesía de George Brassens y Boris Vian.
Surgen los
discos y los temas emblemáticos, aparecen las posturas ideológicas y las
actuaciones en café-concerts y teatros. Conforma una sociedad artística y
afectiva con Alberto Favero y de allí devienen puestas como “Anastasia querida”
y “Las mil y una Nachas”.
En 1974 es
amenazada por la Triple A y se exilia en México. Al año siguiente creyó que
había pasado todo y regresa pero la bomba que estalla en el teatro Estrellas la
convence que los aires ya no son tan buenos aires y Nacha se va.
Varios países de
América y Europa disfrutaron de su talento, aunque en Nacha había cada vez
menos protesta y más music hall, a la vez que cambiaba su aspecto hippie y
militante por un cadencioso porte de mujer de mundo.
Sobrevino la
democracia, Nacha dijo “aquí estoy” y volvió al pago. Montó un extraordinario
espectáculo en el Teatro Coliseo pero quienes la conocían sabían que ya no era
la misma de antes.
Coqueteó con
“Eva, el musical argentino”, con el tango y con hombres más jóvenes que ella;
frecuentó los salones de la embajada de Estados Unidos y se fotografió con el
mismísimo Mr. Todman. Se la veía codo a codo con Amalita Fortabat y entre los
años 1993 y 1995 condujo el ciclo “Me gusta ser mujer” en el canal oficial.
Allí sobrevino otra mutación; parecía que su cuerpo se hubiese detenido en el
tiempo. Nacha adujo que su estado era producto de una profunda meditación,
comida sana, armonía interior, mucha agua y cuidados de la belleza. Pautas que
se encargó de reafirmar en su libro de autoayuda publicado en el 2001 y cuyo
título es “60 años no es nada”.
La página www.nachaguevara.miarroba.com era un muy buen sitio sobre la artista. Allí aparecían con lujo de detalles todos
los elementos vinculados con la Guevara; discografía, espectáculos, críticas,
letras de canciones e información sobre los últimos pasos dados hasta hace unos años por Nacha
(Disputas y Padre Coraje) y su presentación como la alcohólica e histérica Mrs.
Robinson en la versión teatral de “El graduado” junto al bisoño Felipe Colombo.
A todo esto, doña
Perla llega muy cansada a su casa, se sirve un vaso grande de agua, ingiere sus
medicamentos y traga con dificultad mientras piensa qué habrá sido de la vida
de Clotildita.
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